domingo, 10 de julio de 2016

Un salto a la libertad







Juanma se ajustó bien el nudo de la corbata. Como siempre había elegido con esmero los colores. Todo estaba en su sitio y perfectamente combinado. Dio un último repaso en el espejo de la entrada. Corbata ok, reloj ok, pañuelo ok. Todo del mismo azul agua marina.
Satisfecho con la imagen que le devolvía el espejo, se retocó una patilla y, repitió mecánicamente el mantra positivo que le habían enseñado en aquel curso de automotivación  para comerciales, y,  por fin, salió a comerse el mundo.  Como cada día. Como cada día no, pensó, la reunión con el comité de ese día era importante. Por eso su atuendo también lo era. No había dejado nada al azar.
Cogió el metro  en la parada habitual y como siempre se sentó en el asiento del fondo a la izquierda, junto a la ventanilla. Siguió paso a paso todos sus rituales. Nada podía ser distinto ese día. Hizo el transbordo acostumbrado y se tranquilizó al ver en el vagón a la misma mujer de todos los días leyendo su novela . Todo iba bien. Se arrellanó en su asiento y sacó los papeles de la presentación. Nada podía fallar, el nuevo puesto de Director Comercial estaba destinado para él. Sintió cierta desazón en la boca del estómago. ¿Nervios? “Emoción descontrolada energía malgastada” solía decir. Respiró profundamente tres veces siguiendo las pautas  del curso de Mindfullnes, y, reconfortado, cruzó las piernas disponiéndose a sumergirse en su informe.
Sus ojos hicieron un rápido barrido aprobatorio a los lustrosos zapatos y el caro maletín de piel que se había permitido comprar cuando le nombraron director de oficina, más por impresionar a los clientes que por su verdadera funcionalidad. En el amor y en la guerra todo vale. Y esto era una guerra. Sin sangre aparente, pero una guerra. Una sucesión de batallas sin un enemigo claro.
De pronto los vio, como un letrero de neón en medio de una carretera camino a ninguna parte.  Ahí estaban, una hecatombe de gigantescas proporciones, un desastre mayúsculo.  ¿Cómo había podido ocurrir? En 20 años de labor comercial, ni un desliz, ni una mancha, siempre alerta, margen de error cero, y precisamente hoy, el día más importante en su carrera, con el Comité en pleno esperándole, sus calcetines, cada uno de un color, le observaban burlones.
Miró alrededor verificando si alguien más se había dado cuenta de tamaña discrepancia vestimental,  pero no, el resto de pasajeros estaba absorto con sus móviles o leyendo, ajenos a su desgracia. Comprobó horrorizado que no sólo eran distintos en color, es que ¡eran pareja!  Macho y Hembra.
La malévola colada había ejercido de Cupido mezclando y emparejando sus calcetines con los de su mujer. Y ahí estaba la feliz pareja. Él, sobrio, azul marino,  ella, coqueta con sus calados y sus brillos.
Juanma entró en pánico, este desastre no vaticinaba nada bueno. Intentó bajar el dobladillo del pantalón consiguiendo sólo descoser un lado. Ahora el calcetín se veía menos pero el roto se notaba más. Buscó algo para arreglarlo en su cartera de piel, solo encontró un dibujo de su hija Amelia unido a un corazón con un clip rosa. Tendría que servir, y como pudo arregló el doble. Se miró ansioso de nuevo, ahora se veía un rebullo con algo roto y algo rosa. Quizás si se subiera el doble más taparía el roto. Esta temporada la moda imponía el pantalón tobillero ¿Por qué no?
Secándose el sudor empezó la operación, sintió que le faltaba el aire y se aflojó el nudo de su corbata Armani de la suerte.  Percibió con disgusto la mancha de sudor que ya sombreaba su camisa. Sus axilas no parecían muy colaborativas y su frente tampoco le daba tregua.
Resignado, hizo su pantalón tobillero, inevitablemente de esta forma, se veían más los calcetines así que optó por la salida q considero más airosa. Quitarse los calcetines.
Oyó como un eco lejano la voz que anunciaba la siguiente parada del metro .Tan absorto estaba que se había saltado la suya hacía rato. Saltó del vagón justo cuando las puertas se cerraban con tan mala suerte que el tercer botón de su chaqueta quedó atrapado dejando su traje huérfano de un botón. Tampoco se notaba mucho. La mujer de la novela le sonrió desde la ventanilla. Contempló su reloj aguamarina, llegaba tarde. Subió la escalera mecánica del metro de tres en tres escalones y definitivamente se quitó la corbata. No podía respirar. Noto un dolor intenso en el pecho... ¿De verdad? ¿Un infarto? ¿No puede esperar? Comprobó aliviado que sólo era la insignia de la empresa que con tanto trajín se le había clavado en el pecho. La extrajo con la precisión de un cirujano pero igualmente brotaron unas gotas de sangre que enseguida se expandieron por la camisa. Las frotó pero sólo logró extender la mancha que pasó de charca a lago.
De esta guisa prosiguió su camino, y, finalmente, varias manzanas después, alcanzó las puertas de la empresa. Emilio, el portero de toda la vida, le miró preocupado.- ¿Se encuentra bien Señor Juan?. El Comité le está esperando, pero quizás sea mejor que vuelva a casa, puede simular que ha tenido un accidente. Yo le cubro- añadió con sonrisa cómplice.
-¿Un accidente? ¿Tan mal se veía?- Juanma le sonrió y rebuscó entre sus bolsillo el pase de empresa sin éxito. Se debía haber perdido en el camino. Daba igual, cogió carrerilla y saltó el torno de seguridad. Dio un saltó bastante airoso como en aquellos entrenamientos en sus tiempos de futbol sala, su pasión, y se sintió igual que entonces durante los segundos que duró el salto, cuando se comía el mundo y no al revés. El lateral del pantalón emitió un quejido cuando se rasgó más.
Ras.
Ya en el ascensor Juanma contempló los restos de su naufragio: jirones de azul agua marina mezclados con manchas de sudor y sangre. Todo un gladiador. Un poco más abajo el clip de su hija resaltaba triunfante y descendiendo todavía un poco más estaban la pareja de calcetines  mofándose de él, retadores.  Ya no le parecían tan ridículos, así, tan perfectamente imperfectos.
De pronto, Juanma, contagiado, estalló en la carcajada más alta, más sonora y más larga de toda su vida. Su risa inundó toda la empresa, se coló por las rendijas,  salpicó paredes y empapó a todo el Comité.
Con decisión, apretó el botón de bajada y salió a la calle. El nudo del estómago había desaparecido,  el mundo era suyo.  Se sentía libre.


para todos los Juanmas