jueves, 24 de julio de 2014

MEMORIA Y AUSENCIA DE ENRIQUE PÁEZ





Un alambre se agarrota en mis dedos y me impide escribir. Un viento polar ha congelado el éter que fluía por mi cerebro y me impide pensar. Una lava pétrea ha solidificado mi pensamiento en una fotografía de tono sepia. Y así me ha dejado, con la cara vuelta a la ventana, el mar batiendo incesantemente contra mis pupilas y tus recuerdos anegándolo todo. Pasa un barco, pasan gaviotas sobrehilando con su pico la curva de las olas, y yo no veo nada. En mis manos sólo noto un derrame de tiempo, gota a gota, que me va desangrando irremisiblemente. Así me cerca tu memoria. Cierro los ojos y te veo ante mí, acerco mi mano para tocarte y un muro de cemento y arcilla cocida me araña la piel, y no son tus labios. Te recuerdo llorando, con ese gesto de abandono y desagüe de ternura. Hoy la noche ha bajado todas las persianas, y sé que duermes mientras te imagino. Y sueñas que te deseo. Te he visto a través de una bola de cristal sonriendo entre tules e incendios, seduciéndome desde el infier no. Sólo pido que cuando la muerte me alcan ce, caiga como un fardo no sobre un surco de tierra, sino sobre tu cuerpo desnudo, para sobrevivir atado a ti el tiempo sin fin que se esconde al otro lado de la muerte. Pasan los minutos como si fueran años. Pasan las horas como si fueran generaciones y dinastías en la historia, y en mis ojos se acumula la nieve de un tiempo inmemorial, rabioso de tu ausencia. Busco entre las formas cambiantes de las nubes un perfil que te recuerde, y en el cabeceo de proa de los barcos tus piernas cortando el aire. En todas las banderas veo tu falda llamándome a voces, y en todos los círculos la pompa sensual de tus nalgas. Tropiezo y creo notar tu pie poniéndome la zancadilla. Cada cosa que leo y me gusta me hace ir a buscarte para contártelo —nunca te encuentro, siempre has bajado a comprar postales—. Me despierto y ya te has levantado y te has ido antes que yo pise la cocina. Hasta las plantas se están quedando mustias. Ellas necesitan tierra, agua y sol; yo necesito tu piel, tu saliva y tu olor. No quiero hablar de la derrota, aunque duerme abrazada a mí todas las noches desde que te fuiste. No quiero, pero se me va la letra por ese tobogán desesperado cada vez que me siento a escribir y a contarte lo que sucede junto a la bahía durante tu ausencia. Tampoco querría hablar de la tristeza, ni de la añoranza, la desesperación y la melancolía, pero es que casi ya no queda más, porque lo llenas todo tú, y todo aquí es vacío de ti. El lecho de la bahía me llama, como una sirena o un agujero negro, y asegura que estás allí, dormida bajo las olas con un beso jugando entre tus labios. Y tengo que levantarme y salpicarme la cara con agua fresca para detener el impulso de lanzarme al silencio del mar, a disputar visiones entre gaviotas y sargos, buscando el dibujo cambiante de tu sexo entre las rocas .



Descubrí ese precioso extracto en la Fundación Antonio Pérez de Cuenca. 

Dedicado a mi conexión Cuenca, R., N., A. , con los que he compartido, asajú, paisajes, peligros inimaginables y risas.



 





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